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28/12/2024

¿La repetición hasta el convencimiento?

José Medina Go… / Domingo, 12 Junio 2022 - 20:43

La Inteligencia es el producto de la adquisición de la información derivada de múltiples medios y fuentes, su análisis y procesamiento para fines de comprensión diagnóstica, orientada a la generación de escenarios prospectivos acertados y fundamentados para la apropiada toma de decisiones. En este espacio semanal hemos procurado realizar justo este ejercicio sobre una amplia variedad de temas nacionales e internacionales relacionados a la aviación y al entorno espacial, con la finalidad de que nuestro sector y aquellos interesados en el mismo puedan tomar reflexionar oportunamente sobre diversas temáticas de trascendencia estratégica para nuestro país. 

Es por ello que los análisis y prospectivas planteadas en esta columna semanal, aunque breves (el espacio y formato no nos permite profundizar tanto como en algunas ocasiones se quisiera) parten de información incontrovertible y ampliamente verificable. En materia de Inteligencia Estratégica realmente hay pocos datos que sean realmente “secretos” o que puedan ocultarse por un amplio periodo de tiempo. De hecho, del 80 al 90% de toda la información para fines de Inteligencia es “abierta”, es decir, de fácil acceso general. Solo el 10-20% se obtiene por medios más sofisticados o técnicos, y no necesariamente ofrece aportes trascendentes más allá de la confirmación de lo evidente. 

Uno de los grandes retos que enfrentamos al analizar la información es distinguir entre datos “duros” y “ruido”, es decir, datos que no necesariamente aportan aspectos relevantes o bien que pueden tener otros propósitos, tales como distraer la atención o generar “puntos ciegos”. Esto último hace alusión a la acción deliberada de llevar la opinión pública o de algunos actores en particular a generar una percepción específica que ignore ciertos datos contundentes y evidentes, en ocasiones asumiendo como propia una narrativa que no necesariamente está fundamentada en datos comprobables, pero si en demérito de aquellos que sí lo están.

Este escenario es, por desgracia, lo que aparentemente está pasando en la aviación mexicana. Llevamos más de tres años viendo cómo la Seguridad Aérea Nacional se encuentra en una espiral descendente. La evidencia documental, física, audiovisual y testimonial se sigue acumulando de que México tiene un grave problema de Seguridad Aérea. Tanto para los actores nacionales como internacionales es imposible ya negarlo. Sin embargo, pese a la obviedad, las autoridades encargadas de la materia en nuestro país, desde el titular del ejecutivo federal (sí, al ser la máxima autoridad nacional en materia de Administración Pública es automáticamente responsable durante su mandato de lo que ocurra en los cielos mexicanos) hasta las entidades especializadas -algunas heredadas, otras de relativa reciente creación- siguen insistiendo que la seguridad aeronáutica en México está garantizada y que todo está más que bien.

No sólo se quedan en el discurso, también han hostilizado y tratado de acallar y amedrentar a quienes tienen una opinión diferente a la oficialidad, y para colmo tratan de desmentir dichas agresiones. Lamentablemente esta campaña ha generado tres efectos que en materia de seguridad aeronáutica son extremadamente peligrosos. En primer lugar, intimidan a algunos actores hasta el punto de someterlos, obligarlos a retractarse de sus opiniones y alinearlos a la postura oficial. Que esto ocurra con funcionarios públicos especializados es lamentable pero entendible. Pero que lleguen a amedrentar a especialistas privados nos habla de acallar voces cuya responsabilidad es alzar la voz cuando consideran que la Seguridad Aérea Nacional está en riesgo por cualquier causa.

En segundo lugar, a aquellos actores que no logran alinear o silenciar por medio de presiones discursivas o de otras índoles los han replegado a núcleos relativamente aislados, tachados como “opositores” en el mejor de los casos. Los llevan al aislamiento, a mantener una versión independiente y replegada, concentrada y compartida entre ellos, y generando lo que literalmente se le conoce como “subversión”, es decir, una versión de la realidad sublimada o supeditada a la narrativa oficial. Esto es un grave problema, porque en una democracia de la tercera década del siglo XXI y en una nación dentro de las veinte economías más trascendentes del planeta estas voces especialistas no deben ser aisladas y replegadas en cúmulos etiquetados, sino abiertas y expuestas a la reflexión pública. Este es el gran motor del pensamiento crítico nacional, que debe ser capitalizado, no replegado.

Pero el tercer efecto es el más nocivo. Se genera una “narrativa oficial” que busca suplantar la realidad. Dicho de otra manera, se repite tantas veces una falsedad hasta que se acepta como verdad; se niega la obviedad para suplantarla por una realidad artificial. En este caso, tanto se repite que la Seguridad Aérea Nacional está “bien”, que, en conjunto con los dos efectos anteriores ya referidos, la opinión pública nacional eventualmente tiende a aceptar esta versión como “cierta”. Si a esto le añadimos que en el escenario público del país este tema ha quedado relegado a otros que por coyuntura son expuestos con mayor intensidad en muchos medios masivos de comunicación, tenemos la receta ideal para que el tema pase a segundo plano en el mejor de los casos, o se afiance una percepción no fundamentada -pero alineada a la oficialidad- en el ideario colectivo nacional.

Es así como nos encontramos en un punto intensamente delicado en la aviación nacional. Por un lado, tenemos que nuestra Seguridad Aérea sigue estando en una situación precaria, con grandes carencias y con problemas que requieren atención intensiva y urgente. Por otro lado, tenemos un discurso oficial acompañado de acciones mediáticas y de difusión que promueven lo contrario. El resultado es que este importante tema se está dejando de lado, no se le está dando la importancia debida, se desdibujan los contornos de este delicado tema, poco a poco a muchos les entra la duda sobre una realidad que es más que evidente, y por consecuencia, poco a poco se consolida la idea que “estamos bien”.

No nos dejemos influir en una narrativa que no se sostiene más que con dogmas, y estos en una fe sin hechos. Repetir una versión hasta el cansancio no suplanta la realidad, y las percepciones artificiales no sustituyen lo que la evidencia arroja contundentemente. Como sector, como sociedad y como ciudadanos debemos ser conscientes de que la Seguridad Aérea de México no está garantizada y tiene grandes rubros que deben ser atendidos cuanto antes. Las autoridades federales en la materia son las responsables de garantizarla y demostrarla. Más nos vale insistir en este tema a resignarnos a una potencial tragedia, la cual no se justifica con absolutamente nada, y mucho menos con discursos que apuntan a todos lados, menos a los jurídica y operacionalmente responsables.

No caigamos en el error. La evidencia es clara y contundente. Seamos conscientes y responsables de lo que nos toca.

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