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27/12/2024

Lo que le debemos al fondo Guggenheim

Juan A. José / Miércoles, 10 Julio 2024 - 01:00

Creo que es tiempo de darle un respiro a la grilla aeronáutica mexicana, por lo menos en la columna de hoy, recuperando un poco de esa esencia de carácter histórico que intenta aportar algo valioso al público lector de este espacio.

Mi eterno héroe aeronáutico Charles Lindbergh le hacía verdadero honor a su apodo de “El Águila Solitaria.” Su permanente lucha por la privacidad, especialmente a partir de que le secuestraron y mataron a su primer hijo en el año 1932 ha dado y bien podría seguir dando material para muchos textos. De hecho, me acabo de enterar que uno de los hijos del astronauta norteamericano Neil Armstrong ha confesado que la famosa reticencia de su padre a figurar en los medios y en la opinión pública y su famoso proteccionismo hacia su privacidad, tenía en buena medida como origen el pavor que Armstrong le tenía a que alguno de sus hijos fuese secuestrado y asesinado, tal y como le ocurrió al bebé Lindbergh. 

Armstrong y Lindbergh tenían mucho en común; ambos fueron tímidos, meticulosos, capaces y valientes aviadores que se prestaron muy a su particular manera a hacer cosas extraordinarias al mando de una aeronave, logrando históricas hazañas. Individualistas por excelencia también comprendían la importancia de trabajar en equipo, tanto que a la hora de tener que hacerlo, resultaban por su dedicación, inteligencia, liderazgo, humildad, visión y habilidades entre los mejores colaboradores que un profesional pudiera tener.

El propio Armstrong me brindó el hilo de esta entrega cuando me dijo ese día de 2004, en el que tuve el privilegio de conocerle, algo que por cierto logré presentándome como Presidente de la “C.A.L./ N-X-211Collectors Society”. Recuerdo que me dijo: “Llegamos a la Luna en buena medida gracias a Lindbergh”. Armstrong se sorprendió al constatar que yo sabía la razón: el piloto del “Espíritu de San Luis” había conseguido los recursos financieros que el físico norteamericano Robert Goddard necesitaba para desarrollar buena parte de la tecnología que a su vez empleó el alemán Werner von Braun para concebir cohetes espaciales a base de etapas propulsadas por combustible líquido, caso del Saturno V que impulsó al Apolo XI de Armstrong, Aldrin y Collins, dinero que provino del Fondo Daniel Guggenheim para la Promoción de la Aeronáutica, establecido por el propio Daniel y su hijo Harry en 1926, a quien Lindbergh había conocido en Nueva York unos días antes de su vuelo a París en mayo de 1927. 

La química entre ambos caballeros fue inmediata y profunda, es más, a su triunfal regreso a Estados Unidos procedente de Europa, Lindbergh se refugió en una de las residencias de Guggenheim para escribir su primer libro: “We” (Nosotros), título que la opinión pública mal atribuyó al binomio Lindbergh-Espíritu de San Luis y que en realidad se refería al equipo de inversionistas, empresarios de San Luis, Misuri y al él mismo, que hicieron posible el vuelo. 

La verdad es que me parece una verdadera injusticia la poca importancia que se le otorga al recuerdo de las aportaciones del Fondo Guggenheim que hacia 1930 había invertido unos tres millones de dólares en centros de investigación de prestigiosas instituciones educativas norteamericanas y otros esfuerzos tecnológicos que dieron como resultado avances de tal magnitud en beneficio de la seguridad de las operaciones aéreas como fue la realización el 24 de septiembre de 1929 del primer vuelo por instrumentos, operado empleando tecnología e instrumentos de Elmer Sperry por el entonces teniente Jimmy Doolittle, un verdadero grande de la ingeniería aeronáutica mundial que por cierto tampoco merece el debido reconocimiento entre los modernos aeronáuticos quienes tendemos a creer que todo lo relacionado con la historia del vuelo se resume en dos hermanos de Dayton, Ohio de apellido Wright.

En palabras de Judy Rumerman integrante de la Comisión de los Estados Unidos para Celebrar el Centenario del Vuelo en el año 2003, “el Fondo Guggenheim dio a la aviación norteamericana un crucial respaldo durante sus años formativos en tiempos en los que los individuos por sí solos aún podían tener un impacto en la dirección de una industria completa”.

Es así estimado lector que el haberme involucrado en el estudio de la vida y obra de Lindbergh me permitió acercarme a la labor de otros grandes de la historia aeronáutica, caso de los Guggenheim, a los que esta entrega intenta rendir un merecido reconocimiento en tiempos en los que los problemas con las manufacturas aeronáuticas están dando mucho de qué hablar en los medios de prensa globales.

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